sábado, 23 de julio de 2016

NIZA Y MÚNICH



Los sucesos de ayer han conmocionado a la opinión pública europea. Un sujeto, a la salida de un restaurante McDonald’s, la emprendió a tiros con todo el que se encontraba al alcance de su pistola. Inmediatamente, como sucedió durante nuestro 11-M, un ir y venir de noticias falsas, en el que se vio implicado la propia policía muniquesa, hizo que se aplicara un estado de excepción en la ciudad. Este suceso nos debería hacer reflexionar sobre el peligro y la vulnerabilidad de nuestras sociedades en las que la información sin contrastar hace que se genere un verdadero estado de alarma social que se retroalimenta con la violencia que lo provoca. El principal perfil del moderno terrorismo es su vertiente informativa global.

Fue vergonzoso ver a periodistas preguntando a testigos directos sobre lo que estaba pasando en Múnich, en una práctica frívola de la información cercana a la televisión basura; aparecían muchos testigos que eran siempre gente que no tenía ni idea de lo que había sucedido. Fue vergonzoso presenciar cómo desde la DW a la BBC todas las televisiones hablaban de 3 terroristas, de tiroteos con armas largas en tres lugares de la ciudad hasta el punto de que fuera activado el grupo de élite GSG9. Finalmente se trató de un único “terrorista” que no lo sea posiblemente más allá de lo que una persona normal perturbada pueda serlo, el cual, tras tirotear a los transeúntes y permanecer en la terraza del edificio gritando sin que nadie lo abatiera, acabó suicidándose mientras la policía iba y venía incomodada por los periodistas, en busca de varios supuestos autores que habrían actuado de forma coordinada como sucedió en el ataque de Bataclan.

Lamentablemente, nunca llegaremos a entender qué es el terrorismo yihadista si pretendemos reducirlo todo a categorías comprensibles y previsibles que nos puedan hacer creer que estamos seguros. No lo estaremos.

 Se habla de la peligrosidad de los terroristas retornados. Potencialmente, todos los musulmanes que hayan ido a combatir con el Estado Islámico (EI), son sujetos que hay que controlar, porque vuelven formados para la acción y dentro de los círculos radicales gozan de una fama especial que los convertiría en peligrosos líderes. Siendo esto verdad, conviene dejar claro que los islamistas detenidos en España se radicalizaron en nuestro propio país y que los autores de los atentados de París, Bélgica y Niza están muy lejos de ajustarse al perfil de un combatiente retornado.

 Oriente medio es un avispero en el que pugnan Irán y Arabia Saudí, apoyando chiíes y sunníes. Arabia y los emiratos prestan apoyo al EI para contrarrestar la pujanza chií en Mesopotamia, con la anuencia de Turquía en pleno proceso involutivo contra las ideas aperturistas del clérigo Gülem. En  este contexto, donde Rusia tiene intereses geoestratégicos de gran importancia, hay que entender el auge del Da’esh que había ocupado casi toda Siria en su parte desértica pero que ha sido frenado en la zona poblada por el ejército de Assad, el cual había sido antes objeto de ataque por la oposición armada por occidente, la cual  se pasó con armas y pertrechos a las filas del Da’esh (EI), como sucedió hace años en Afganistán o más recientemente en Libia.

 Hacer una mezcla entre lo que sucede en Siria (y levante, que es como llaman a la zona mesopotámica) con la intervención de voluntarios originarios de los países europeos y el terrorismo reciente, nos lleva a realizar unas afirmaciones referidas en otras entradas a este blog, las cuales, simplificadas, podrían ser las siguientes:

a)      Los ataques terroristas de los últimos meses no han sido perpetrados por sujetos que se ajusten al perfil de retornados. Sólo hubo un contacto en algún caso, con Yemen.

b)      Los autores de los hechos son generalmente europeos de nacimiento que, en muchos casos, antes fueron delincuentes, hecho que debe ser tenido en cuenta para comprender que el barniz islamista pudiera cubrir meras conductas delictivas.

c)       Los autores del 11-M no eran españoles y respondían, en cambio, tanto a perfiles marginales como universitarios. Tampoco parece que tuvieran experiencia militar previa, aunque entonces no existía el Da'esh. Esta afirmación hay que tomarla con cautela, pues quiénes y cuántos participaron en los atentados de Madrid es algo que no está clarificado totalmente.

d)      La conducta radical de atentar contra la colectividad mediante un acto terrorista seguido del suicidio es una conducta que se produce en sujetos que por distintos mecanismos aceptan la inmolación. Es una conducta extraña para personas comunes pero repetida frecuentemente a lo largo de la historia. No ha sido general a lo largo de la historia musulmana, pues el canon prohíbe el suicidio, siendo solo aceptada recientemente en el marco de la guerra asimétrica contra Israel y las potencias occidentales.

e)      El actual yihadismo radical está asociado a la descolonización, la creación de países artificiales por potencias coloniales tras la primera Guerra Mundial y la instauración en los mismos de regímenes que recibieron desde entonces la oposición religiosa-política (ambas cosas son allí lo mismo) de movimientos pietistas que declararon que sus gobernantes eran apóstatas, siendo desde entonces legítima la violencia contra los mismos. El primer movimiento matriz de otros posteriores más decididamente violentos fue el de los Hermanos Musulmanes.

f)       Actualmente se vive el mismo proceso pietista de reislamización expresado en el párrafo anterior por distintos movimientos revivalistas (salafistas) que tienen su expresión masiva en el  Yammat al Tabligh, formado por muchos millones de seguidores de entre los que surgen personajes radicales y violentos en algunos casos. Este movimiento de predicadores es una reislamización que viene sobre la primera ola de principios del pasado siglo relacionada con los Hermanos Musulmanes.

g)      El pensamiento islamista radical se expresa no en una estructura eclesiástica-académica como sucede con las iglesias cristianas, sino en una constelación de corrientes transversales en las que se mezclan y se toleran distintas interpretaciones del canon en las que la violencia no es algo perseguido pero tampoco excluible a priori.

h)      Los radicales detenidos en España lo han sido por proselitismo o visitas de webs o direcciones yihadistas. Estas detenciones han tenido una naturaleza preventiva y mediática, por lo que posiblemente no pasarán en muchos casos de eso, pues la seguridad aconseja no esperar a obtener demasiadas pruebas para consolidar la detención, pero una detención sin suficientes pruebas, como mucho, lo que consigue es quitar de la circulación a algunos elementos durante un corto tiempo (y difundir la imagen de eficacia policial y política).

i)        El fenómeno yihadista francés está asociado al fracaso del liceo para encauzar a los musulmanes de tercera generación al sistema; este fracaso de la educación como mecanismo de homogeneización e integración en un país como Francia con políticos de origen español, griego o húngaro ha sido ineficaz respecto de una amplia capa del sustrato musulmán, donde los valores morales para mover a la integración social no tienen la misma vigencia que entre los sectores inmigrantes de origen occidental.

Por todo lo anterior, no puede simplificarse el fenómeno del terrorismo yihadista a unos perfiles predefinidos dentro de los que hay que encajar a todos los sujetos, recurriendo al perfil del “lobo solitario” para definir a autores de los que, simplemente, no se tiene información, se oculta su mera marginalidad o sus dolencias para intentar explicar desde la óptica occidental de un ciudadano medio integrado lo que no resulta comprensible.

 Prueba de todo lo anterior es el lamentable espectáculo de la policía muniquesa difundiendo por las redes información contradictoria, sin contrastar, provocando alarma social, recurriendo a la reacción extrema y presuponiendo que el atentado de ayer tarde era una acción ejecutada por varios sujetos al estilo de la acción coordinada del Bataclan.

 Tan lamentable como eso es el triste espectáculo que el gobierno francés está protagonizando con el municipio de Niza, tras la publicación de informaciones en los periódicos Liberation y Le canard, donde se establece que la Policía Nacional no estaba en el lugar del atentado durante el mismo, siendo solo una patrulla de la Policía Municipal la que se encontraba al principio de la zona peatonal, todo ello unido a reproches oportunistas referidos a que las fuerzas de la Policía Nacional estaban en París o cubriendo el Tour, ambos previsibles objetivos yihadistas, por lo demás.

En occidente sólo nos miramos el ombligo. No somos sensibles a las masacres de musulmanes por los radicales que ahora están empezando a actuar en Europa. Tampoco comprendemos que sea a nosotros a los que ataquen; como si este tipo de acciones no tuvieran una lógica comprensible al ciudadano medio europeo bienpensante. Nadie sabe que se vienen produciendo atropellos de peatones en Israel de forma sistemática, o que se usan cuchillos para atentar en aquella zona, donde la violencia religiosa tiene unos tintes políticos distintos que hacen que no entendamos la violencia que se viene sobre nosotros.

 Sucede que occidente no está preparado para asimilar la violencia, pues en estas sociedades acomodaticias y sobreinformadas, todo tiene un eco desmedido que es lo que las hace tan sensibles y, al tiempo, tan vulnerables. Esto es así de forma que, sin tener conocimientos sobre hechos o técnicas, en los medios aparecen informaciones erróneas, apresurándose todo el mundo a cumplir con su obligación de explicarse declarando públicamente detalles peligrosos como sucedió en nuestro 11-M durante el cual los medios iban por delante del propio ministro, o anoche en Múnich, donde la propia policía iba a la zaga de las redes sociales. Todo esto  ha sido así tanto como el actual debate en Francia sobre si debiera haberse colocado una contención de hormigón para que el camión de Niza no hubiera podido acceder al paseo peatonal e impedir así la carnicería y si en su lugar se hubieran colocado, que parece que no, dos coches de la Policía Nacional para hacer de barrera, los cuales no habrían hecho más que obligar al camión a subirse por la acera antes de envestir a la gente. También en el país vecino, en estado de schock, los habitantes de Niza abuchearon a Valls porque en la planificación de la seguridad los recursos en el lugar del atentado fueron escasos ya que, además, no se cumplió con la obligación de inspeccionar bolsos y mochilas e identificar sospechosos en el lugar del disparo de los fuegos artificiales, como si esto fuera posible o si, en este caso, hubiera servido para algo. Este debate de Francia, que se pretende zanjar con una comisión de investigación impulsada por Hollande, explica que no se está entendiendo nada en relación a este tipo de acciones sobre “blancos blandos”, como se llama al ciudadano que pasea con su hijo y es muerto, al tiempo que se difunden las imágenes para conseguir el terror de una opinión pública que no quiere saber nada de la violencia, como si no fuera algo real que afrontar.

¿Pondremos un policía en cada autobús? ¿Habrá vigilancia en las iglesias durante las funciones religiosas? ¿Pondremos contenciones para evitar atropellos en las marquesinas de los autobuses? ¿Habrá detectores de metales en los McDonald’s? ¿Tendremos que poner vigilancia en los depósitos de agua? ¿Iremos al cine bajo vigilancia armada?  ¿Cortaremos las calles para no dejar pasar ni al camión de la basura? ¿Sirve de mucho un policía en Atocha equipado con un G36 o un CETME para un eventual enfrentamiento con algún sujeto armado en un anden donde trasbordan los pasajeros? ¿Es eso prevenir, aparentar o asustar? Todas estas preguntas nos conducen al estado primigenio de la legítima defensa, pues el Estado no puede en todas las circunstancias garantizar nuestra seguridad. Ni siquiera la fuerza pública tiene clara su habilitación para proteger a la ciudadanía, como se entiende en las limitaciones a que la propia policía municipal francesa porte armas, al miedo o impericia de los agentes que abatieron al terrorista demente de Niza, quienes no fueron capaces de alcanzar con sus disparos al camión (o no se atrevieron) en un primer momento sino sólo tras disparar muchos cargadores sobre el parabrisas en tiradas erráticas y totalmente fallidas que concluyeron con un tiroteo histérico cuando el conductor estaba ya bien muerto. Tras el atentado del Bataclan se ha autorizado a los policías a portar su arma fuera de servicio (lo que en España nos llena de extrañeza, pues esa prevención está unida a la licencia de armas) y se ha armado a muchas policías municipales (lo que en España se ha hecho arrastrando reglamentariamente una desconfianza del Gobierno hacia la Administración Local incomprensible, que obliga a los agentes a portar sólo armas cortas en un país de cazadores o se les limita arbitrariamente el lote de munición para entrenar, lo que no existe en el caso de tiradores deportivos que no tienen, obviamente, la responsabilidad de preservar la seguridad de los demás).

¿Qué hubiera pasado si el que tenía una cámara para grabar el asesinato del policía caído en el asalto del Charlie Hebdo hubiera tenido un rifle de caza y hubiera abatido a los terroristas? ¿Se habrían evitado muertos si, ayer tarde, en vez de grabar al terrorista en una terraza largamente lo hubiera abatido un vecino desde un balcón? ¿Y si el terrorista llevara un chaleco antibalas, de los que se pueden comprar libremente, al enfrentarse con policías que solo llevaban pistolas y subfusiles incapaces de atravesar dicha prenda? Todas estas posibles limitaciones operativas policiales se explican solo si admitimos que no estamos preparados para enfrentar este tipo de contingencias. 

Nos repugna pensar todo esto; para eso está la policía y el Estado con su monopolio de la fuerza. Lo malo es que quienes así actúan ni siquiera se plantean estos principios; estas acciones se van a volver a repetir sin ninguna duda; habrá muchos más muertos muchas más veces y estas acciones se retroalimentarán con la sobreexposición mediática y la instrumentalización política, especialmente en momentos de cercanía electoral (recordemos nuestro 11-M) y en países con fuerzas extremistas que se autojustificarán para consolidar planteamientos xenófobos y nacionalistas, ya que, insistimos, nuestra sociedad necesita respuestas sencillas para fenómenos muy complejos en una sociedad globalizada.

martes, 5 de abril de 2016

PARAULES D'AMOR.

Luís cuida de Andrea. Ella sufre una enfermedad mental que le ha ocasionado un grave deterioro físico; tras muchos años de dolencia, como sucedió con una importante parte de su familia, la chica; una mujer madura ya, empezó a perder la memoria, a experimentar repentinos y violentos cambios de humor y a sufrir brotes psicóticos; al principio leves y someros, luego más continuos y profundos. Alternaba sus crisis con períodos de lucidez y de recuperación física que la convertían en una mujer inteligente, femenina y generosa.

Se conocieron en plena adolescencia. Tras muchos años de noviazgo, con altibajos, llegaron al acuerdo de organizar su vida juntos. Entonces todo cambió; la enfermedad de Andrea hizo que se fuera apartando cada vez más del mundo real y, por tanto, de Luis. Pero en los estadíos de mejoría, volvía a ser una persona tierna e inteligente. Era como un renacer; como un reiniciar la vida de amor y compañía que Luís tanto añoraba y que, resignado, veía cada vez más como imposible de consumar.

A quien Dios quita la salud, primero le priva de la razón; por esto, cada vez más profundamente enferma Andrea de su entendimiento, le sobrevino un proceso de empeoramiento físico que parecía ya irreversible. Se sometió a diálisis durante casi tres años, pero el tratamiento era incompatible con su cuerpo tanto como con su alma, pues se conjugaban, en periodos cada vez más frecuentes, la demencia y la insuficiencia renal severa.

Tras estudiar la necesidad urgente de un trasplante y valorar todos muy seriamente la opción de dar a la mujer un tratamiento paliativo, que es como tenerla tranquila a la espera de que muriera, se descartó la opción de que su padre pudiera donarle un riñón, pues había sufrido una enfermedad años atrás que hacía incompatible el trasplante.

Resultó compatible, por la juventud y por los resultados de un complejísimo estudio clínico, Luís. Sin pensárselo dos veces, con el consejo en contra de su familia y muy especialmente de su madre, que no veía en la donación más que un trance de sufrimiento para intentar recuperar a una mujer irrecuperable, se produjo la operación.

En varias ocasiones, durante el post-operatorio, Andrea estuvo a punto de fallecer. Luis, sin embargo, se recuperó rápido; tan solo le quedó una horrible cicatriz que le recorría todo el costado izquierdo.

Pasó  el tiempo y Andrea mejoró; solo relativamente. Tuvo que tomar inmunodepresores, junto a la medicación propia de su terapia. Pasaba más tiempo en el ala de crónicos del hospital psiquiátrico que junto a Luís.

Como la vida sigue, Luís acabó encontrando a otra mujer, con la que ahora comparte vida y tiene dos hijas; pero en los períodos de lucidez, cada vez más extraños y deteriorados, vuelve junto a Andrea; pide permiso a Helena, y pasa algunos días con ella; acompañándola junto a su cama; antes de que su alma, su razón, vuelva a abandonarla; aprovechando la chispa de entendimiento que le queda para sacarla a pasear y escuchar una canción de los años 60 de Serrat, que le sigue gustando mucho a la chica; ya mujer madura y le alimenta su memoria para que, ausente del presente, ambos puedan estar juntos en un pasado en el que la salud y la compañía lo iluminaba todo. "Paraules d'amor".

Llevan así varios años. Es una rutina de ausencias. Pero es cuanto tienen y todo lo que no pudo ser.

sábado, 19 de diciembre de 2015

MARÍA LA PORTUGUESA

15 años sin Carlos.

Inerpretación de Carlos Cano y Amália Rodrigues. Nada se puede añadir.

https://www.youtube.com/watch?v=0pnp_IHjDq4

En las noches de luna y clavel,
De Ayamonte hasta Vila Real,
Sin rumbo por el río, entre suspiros,
Una canción viene y va.
Que la canta maría
Al querer de un andaluz.
María es la alegría
Y es la agonía
Que tiene el sur.

Que conoció a ese hombre
En una noche de vino verde y calor
Y entre palma y fandango
La fue enredando, le trastornó el corazón.
Y en las playas de Isla
Se perdieron los dos,
Donde rompen las olas, besó su boca
Y se entregó.

¡Ay, maría la portuguesa!
Desde Ayamonte hasta Faro
Se oye este fado por las tabernas.
Dónde bebe vihno amargo.
¿Por qué canta con tristeza?
¿Por qué esos ojos cerrados?
Por un amor desgraciado,
Por eso canta, por eso pena.

¡Fado! Porque me faltan sus ojos.
¡Fado! Porque me falta su boca.
¡Fado! Porque se fue por el río
¡Fado! Porque se fue con la sombra.

Dicen que fue el "te quiero"
De un marinero, razón de su padecer.
Que en una noche en los barcos
Del contrabando, p'al langostino se fue.
Y en la sombra del río,
Un disparo sonó.
Y de aquel sufrimiento
Nació el lamento
De esta canción.

¡Ay, maría la portuguesa!
Desde Ayamonte hasta Faro
Se oye este fado por las tabernas.
¿Dónde bebe vinho amargo?
¿Por qué canta con tristeza?
¿Por qué esos ojos cerrados?
Por un amor desgraciado,
Por eso canta, por eso pena.

¡Fado! Porque me faltan sus ojos.
¡Fado! Porque me falta su boca.
¡Fado! Porque se fue por el río
¡Fado! Porque se fue con la sombra.

¡Fado! Porque se fue por el río
¡Fado! Porque se fue con la sombra.

sábado, 12 de diciembre de 2015

Frankenstein 04155

Ayer tarde, un poco cansado de esta semana demasiado corta, pensando ya en las vacaciones de Navidad fui al cine. Inesperadamente, encontré un estreno, en sala especial para auditorio especial con el título de esta entrada. He de admitir que no había oído antes hablar de esta película española documental. La presentaban los afectados por el accidente del tren Alvia de Santiago de Compostela.

Los afectados, algunos de los cuales son convecinos y participantes en el film, repiten, creo que con absoluta sinceridad, que solo quieren que se conozca la verdad, se les reconozca como personas injustamente perjudicadas y, solo entonces, la reparación, hasta donde es posible y no necesariamente económica, por los perjuicios sufridos.

La película, de escasos 88 minutos, ha sido puesta en las pantallas por una productora pequeña y se ha financiado, por lo que sé, mediante pequeñas aportaciones que han llegado escasamente para poderla presentar.

El joven director de la película, Aitor Rei, en una reciente entrevista, declaraba que solo quiere que el documento llegue al cerebro, más que al corazón, para que los que la vean juzguen; lleguen a una conclusión moral sobre la desgracia injustificada de los perjudicados y sobre el funcionamiento de nuestro sistema.

En el documental queda claro que el sistema, como conjunto de sujetos insolidarios y defensores de unas pequeñas prebendas, somos todos;  a costa de la inconmensurable desgracia de unos pocos. 81 muertos y muchas decenas de heridos físicos y psíquicos son poca cosa en comparación con los intereses de la mayoría.

Este documento te engancha desde las primeras escenas. Con una magnífica fotografía, ves el dolor y la verdad de los rostros tomados desde la cercana desnudez del corazón; percibes en lo cotidiano la desgracia del caminar doliente del herido que va a rehabilitación, apoyado en un bastón que se ve entre un bosque de piernas sanas que se dirigen normalmente a sus quehaceres diarios mientras la víctima, renqueante,  sigue su doloroso camino al gimnasio de fisioterapia. Al empezar la película, entre gente normal, encuentras a una víctima, ignorada por los que la rodean caminando en sentido contrario, la cual  tú ya habías olvidado desde hace muchos meses.

Primeros planos con lágrimas desgarradas de los que han perdido, sin poderse despedir, a su hijo. Declaraciones angustiadas, llenas de suspiros y larguísimos silencios de unos y equilibradas y serenas de otros que, mientras explican cómo un día cayeron en el infierno, no pueden evitar, manteniendo la calma, que los ojos se les arrasen en lágrimas.

Con eso te enganchas; es imposible no dejarse llevar por la empatía que se siente ante la desgracia demoledora de personas normales, como tú o como yo, que, inexplicadamente, acaban perdiéndolo todo.

La película, que me recuerda  los documentales de Michael Moore, empieza con el tiempo de descuento de un reloj; cada segundo de cada minuto es un latido; cuando se alcanza la hora exacta del momento del accidente (técnicamente lo ocurrido no fue un accidente, pues no fue un suceso fortuito), los pitidos, similares a los del  monitor de un electrocardiógrafo, pasan a ser un zumbido agudo continuo que todos asociamos a la muerte. Entonces empieza la narración, al tiempo que vemos descarrilar el Alvia un poco antes de que la pantalla se funda en negro. Inmediatamente se oye la comunicación del maquinista con la central de Madrid, en la que, de forma desgarrada, reconoce que se despistó como era previsible que pudiera pasar y de lo que tantas veces habían advertido los maquinistas a sus responsables de seguridad; "somos humanos", se disculpaba, para continuar expresando su angustia "espero que no haya muerto nadie...pobres pasajeros; pobres pasajeros...".

Pero, como dice el director, lo que más interesa es llegar al cerebro; con hechos, con documentos, con páginas del BOE, con declaraciones cualificadas de ingenieros, de maquinistas y de ex altos directivos de ADIF/RENFE. Con declaraciones de políticos que, a toda costa, por vanidad personal o rentabilidad electoral, inventaron una linea de alta velocidad que tenía en un tramo toda la inseguridad de una linea ferroviaria de la primera mitad del siglo pasado.

Resulta increíble que un torrente de documentos, avisos, recomendaciones de fabricantes y el general conocimiento dentro de la empresa de lo que estaba pasando  no llevara a nadie a evitar lo que, tras muchas veces yendo peligrosamente con el cántaro a la fuente, era previsible que con el tiempo sucediera de forma segura.

"Siempre se echa la culpa al muerto. Con ello se evitan otras responsabilidades y, por eso, somos un país que no aprende pues no afronta la verdad completa de lo sucedido. Pero esta vez el muerto está vivo; no se puede culpar totalmente al maquinista que fue, con su responsabilidad, el eslabón final de muchas otras responsabilidades previas que nadie quiere asumir", explicaba a la sala el hijo de uno de los fallecidos, acompañado de viajeros sobrevivientes, uno de los cuales es el protagonista que en el film pinta un graffiti titulado "FRANK  ENSTEIN", que era el nombre con el que se conocía al tren Alvia por parte de los ferroviarios, que lo consideraban un aborto, un engendro compuesto por "trozos" de otros trenes que lo convertían en un convoy imposible de homologar.

Spanair, el metro de Valencia, el Yakolev y el Alvia son sucesos que se repiten porque el sistema, que somos todos, asumimos riesgos inaceptables, en la esperanza de que no ocurra ninguna desgracia y si ocurre se culpa al piloto o maquinista y a las víctimas, si se vuelven incómodas en su dolor; esas víctimas que son pocas, que serán indemnizadas económicamente (no moralmente), de las que todos nos compadecemos pero olvidaremos en dos semanas, porque tenemos que seguir viviendo y creemos remota la posibilidad de que los siguientes seamos nosotros.

Esta entrada al blog es mi aportación a los damnificados. No dejéis de ver la película; es de una clarividencia demoledora y nos hace pensar.

viernes, 16 de octubre de 2015

PENHALTA



Penhalta es un portugués a quien la vida  vino a traer a la entrada de un hipermercado para hacer de portero y conserje de las clientas añosas que van cada día a realizar su compra.

Muchas de ellas, rentistas de escasas pensiones, van diariamente a comprar pequeñas cantidades de alimentos, pues viven solas y en el ritual de la compra ahorran dinero, al evitar sustentos innecesarios que se pasen, al tiempo que se dejan ver otro día más, a modo de fe de vida, pues  consiguen que Penhalta las eche de menos si faltan.

Manuel, que así se llama el ujier limosnero, ha fabricado una rampa de madera que permite a las abuelas subir el carro de la compra, el cual va generalmente vacío, por lo poco que van adquiriendo, al tiempo que, cargando el carro al revés, con lastre de una garrafa de 5 litros de agua, sirve a las ancianas de andador. Cada día las recibe sonriente y les abre la puerta de la gran superficie alemana; las conoce por su nombre y se dirige a ellas en portuñol:

---"Bom día, Dona Helena. Me alegro de verla. Posso ajudar?", pregunta mientras toma el carro de la parroquiana y abre la puerta de acceso al supermercado, sin esperar respuesta de quien en ese acto se siente importante.

Manuel es un hombre que frisa la ancianidad; pasa horas enteras a la puerta del hiper y siempre se presenta aseado hasta donde su situación lo permite y más, que no se deja nunca barba de dos días o lleva sus escasos y entrecanos cabellos despeinados.

 Junto a la jamba del portón está su mochila, en la que se encuentran todas sus  pertenencias.

A todos los que pasan de camino por la calle; por el lugar en que se encuentra a pie firme, da los buenos días; algunos le contestan, otros se hacen los distraídos y algunos, los menos, se paran unos segundos para responder al saludo, intercambiar unas rápidas palabras y ofrecerle alguna moneda que generalmente no sobrepasa el  medio euro y es recibida con una sonrisa reverente.

Al final de la tarde, Manuel ha conseguido una magra colecta de los céntimos que las compradoras van entregándole de lo poco que ellas tienen; siempre ofrece, en cambio,  un gesto de cortesía y amabilidad; incluso cuando nada recibe de quien casi nada tiene y a los que cruzan por la acera, delante de él sin responder, despide con su consabido "Adeus. Bom día".

Luis, el dueño de una churrería que se encuentra justo en la acera opuesta, le ofrece por la mañana un café muy largo de leche y una rosca caliente que, siempre, Manuel paga dejando calderilla sobre la barra, aunque el patrón no le acepta el euro y medio del desayuno que para Penhalta significa dos horas de plantón. Luis es un hombre serio, de pocas palabras; cualquiera creería que desde lo que parece una medida antipatía, ofreciera a Manuel, de mala gana, el desayuno de cada día; pero es solo un tipo adusto, de buen corazón y formas distantes que ayuda, sin dárselas de cariñoso,  a quien ve helado en la acera de enfrente, simplemente porque su negocio y su conciencia le llevan a cumplir lo que para él no es mera caridad, sino obligación ineludible.

---"Luis, ¿El portugués desayuna aquí todos los días? ¿Sin pagar? ¿Con esas pintas?", preguntó en una ocasión un funcionario que de siempre venía a desayunar chocolate con un churro.

---"El portugués viene porque sabe que en ese rincón del mostrador hay una leche manchada y una rosca caliente. Yo le hago una seña a través del ventanal. Si paga o no son cuentas mías. De crío me explicaron que enseñar al que no sabe, dar de beber al sediento, dar cobijo a quien no tiene techo o comida al hambriento son asuntos que no se discuten. Si alguien no está de acuerdo, ahí tiene la puerta y tampoco hace falta que vuelva por aquí".

 Una chica gordita de la sucursal de la cadena de alimentación, al final de la jornada le saca en una bolsa una baguette bien fría y, dependiendo de los días, sobras de embutidos que sirven al portero para agenciarse un bocadillo grande. A Manuela, la chica cordial que se llama como su conocido, le pide éste a veces una cerveza, pero ella no se la entrega, porque considera que eso ya sobrepasa lo que puede entenderse por entrañable caridad, aunque sí le ofrece agua del grifo; lo que no impide que Penhalta, en cuanto Manuela vuelve a sus labores, se escurra hacia  la tienda de chinos que hay detrás de la manzana y se haga con una litrona con que mojar la única comida del día.

Durante el pasado invierno Manuel estuvo desaparecido casi dos meses; pues cayó enfermo de neumonía por el frío acumulado en sus huesos mientras ejerce su oficio callejero de portero voluntario.

Por el buen tiempo, a veces duerme en algún banco de los jardines de la zona de copas y aprovecha el fin del botellón para recuperar restos de bebidas que, en el fondo de muchas botellas abandonadas, han ido dejando jóvenes despreocupados por lo que el paso de los años, el alcohol y los golpes de la vida pueden hacer de una persona. Ya un tanto achispado por la mezcla rebuscada, algún fin de semana se le ha oído cantar, rayando el amanecer, sin desafinar demasiado, las estrofas de alguna canción en su lengua natal:

---“A alma ten saudade de um além
que ja esqueceu mas onde foi feliz
Ao corpo presa julga-se ninguém
E o que sofre só no cantar o diz”

Va entonando mientras modula la consabida tristeza del fado y se va refiriendo, a sí mismo, lo que significa la lúcida tristeza de vivir, con una botella casi agotada que apura a cortos tragos; sujeta por la mano derecha y la mochila colgada sobre el hombro izquierdo, camino de algún cajero en el que dormitar hasta entrada la mañana, pues en domingo descansa.

martes, 6 de octubre de 2015

CONTRATIEMPO



Andrés se ha levantado temprano. Tenía que asistir, de uniforme, a un acto oficial durante el que iba a recibir una condecoración.

Había quedado con algunos compañeros; con antelación suficiente. Tras preparar la ropa, lustrar los zapatos una vez aseado a conciencia, al llegar a su coche comprobó que, aunque él iba impecable, el turismo estaba lleno de un polvo rojizo acumulado con motivo de sus paseos por el campo, a bordo del 4x4.

Apremiado por el tiempo, repostó llenando el depósito de gasoil hasta la boca y, de forma inmediata, metió el todoterreno en un túnel de lavado. La empleada de la gasolinera, tras cobrarle el combustible, consiguió venderle medio queso, un bocadillo, una botella de vino de Toro y un décimo de lotería. Tras cada oferta lo llamaba  reiteradamente “caballero”; le entregó una placa de plástico, con forma de tarjeta gruesa, que había que introducir en la ranura de una máquina ubicada junto al mencionado túnel para el activado del mismo.

Tras colocar el coche, una vez introducida la placa en la máquina, el robot cuadrado, armado de difusores de agua y jabón y grandes mopas giratorias, le  indicó con un texto iluminado que debía mover el coche un poco más hacia delante. Lo colocó, pero tuvo que volver a la receptora de la placa porque el sistema no funcionaba. Movió la tarjeta y, de pronto, como a traición, el robot del túnel empezó a funcionar. Corriendo, de vuelta al coche, que se había dejado abierto, se metió en el interior para evitar una ducha. Dentro del coche notó como que se movía y tiró del freno de mano, pero era una falsa sensación, pues lo que se desplazaba era el robot a lo largo del vehículo, yendo hacia atrás echando agua y moviendo las bayetas rotatorias de forma amenazadora.

De pronto, empezó a entrar agua por las ventanillas; al cerrar las puertas había olvidado que estaban bajadas, pero ya no podía salir. La única posibilidad de mover los cristales y cerrarlas era activando la llave de arranque, pues el elevalunas es eléctrico. Así lo hizo, pero no antes de que un buen chorro de agua enjabonada empapara su camisa blanca. Al activar el elevalunas para subir los cristales se levantó la antena de la radio, también accionada por motor eléctrico, en el momento en que los trapos giratorios la engancharon y la arruinaron, dejándola con forma de Z.

En cuanto el cacharro dejó de echar un ciclónico chorro de aire caliente, arrancó el motor y salió, nerviosísimo, del túnel de tortura. Enseguida enderezó como pudo la antena para no resultar su coche limpio tan llamativamente ridículo, pero, antes, al bajar, se le enganchó el cinturón de seguridad en el pie derecho y vino a caer de cabeza, cerca de donde le esperaban sus compañeros de viaje. Al caerse dio con el pié en la palanca mando del parabrisas, que se activó con su repetitivo ruidoso vaivén, lo que, por si alguien aún no hubiera reparado en él, hizo que los que le esperaban se acercaran desde lejos, pensando que había sufrido un desvanecimiento.

Tras alguna maldición, se limpió con unas toallitas que llevaban lanolina y se sacudió el pantalón.

El jabón, por suerte, no dejó lamparones en su camisa blanca. Todos llegaron a tiempo y nadie, excepto él, fue consciente del ridículo de su comportamiento. Solo, de vuelta a casa, tras el acto solemne, iba riéndose  ligeramente mientras recordaba lo sucedido; pensando que, de veras, era un desastre, considerando para sí, consolado, que otros lo son en otros aspectos.

Luego, al colgar la ropa en el perchero, su mujer reparó en el hecho de que el pantalón tenía un siete en la rodilla; le recriminó que no tuviera cuidado de las cosas; incluso su torpeza la achacó a su edad, reprochándole que cuando era más joven no sufría tales descuidos. Él pensó para sus adentros que siempre había sido la personificación del despiste total y, sin explicar que el pantalón se hubiera roto al caerse de cabeza desde el todoterreno con el pie enganchado en el cinturón de seguridad, cambió de conversación para olvidar el contratiempo.

domingo, 20 de septiembre de 2015

ÉXODO. ESPERANDO A LOS BÁRBAROS.

En la sociedad de la información, conforme explicaba Susan Sontag, una imagen no es simplemente eso, sino que va acompañada de la intención de quien la reproduce, ya sea un pintor o un fotógrafo, del contexto en que se reproduce y de la aportación de quien la recibe, reinterpretándola, reconstruyéndola y dotándola de nuevos significados.

En la sociedad de la imagen, de la información y de la comunicación, a todos nos ha conmovido, más que todo lo conocido sobre la tragedia siria, la imagen de un niño ahogado en la costa de una playa turística turca, el cual, tras ser fotografiado, era trasladado en brazos; su minúsculo cuerpo, por un espigado policía turco que llevaba al crío recién muerto de manera que pareciera cargar, abrumado, el miedo provocado inesperadamente por una desgracia inexplicable, expresando el respeto que se rinde ante el cuerpo de un inocente inexplicablemente muerto y la vergüenza de los que veían, en esa tragedia encarnada por un menor casi lactante, que se hubiera ahogado frente a una zona turística en la que veranean muchos europeos que acuden allí para disfrutar de buen clima y buenos precios.

Inmediatamente, cargados de complejos y de simple torpeza bienintencionada, muchos europeos declararon que había que acoger a todos los refugiados sirios, de manera que se pudiera evitar lo que, en las tiernas carnes de un inocente, todos veíamos suceder en las personas que, como apestados, eran trasladados en trenes, expulsados de países y hacinados en campos de concentración de manera que no se había visto desde la segunda guerra mundial o la época del gulag, aunque los gobernantes siempre explicaran que eso no eran eso, campos de concentración.

Admiro de corazón a los que, de buena fe, consideran que habría que acoger a todos los sirios que huyen de una guerra civil provocada entre un dictador apoyado por Rusia, China e Irán, frente a los islamistas del DAESH, que son el precipitado de la reacción sunnita contra los chiíes iraquíes y sirios, provocada por la intervención americana en Irak para derrocar a Saddam.

Todos los que tienen derecho al asilo han de ser acogidos en Europa; esto es una verdad simple. Lo complicado es saber qué hacer para acogerlos, cuántos, cómo, durante cuánto tiempo y, sobre todo, cómo intervenir antes de que el terror genere ese derecho al asilo, pues, no hay que olvidarlo, estar asilado es encontrarse en una situación de total postración social.

La raíz del problema radica en una complejísima ecuación que es dificil hasta de plantear; la Pax Americana será tan incapaz de frenar a los bárbaros como lo fue la Pax Romana y la opulenta sociedad europea (USA está muy lejos) podrá difícilmente asimilar a los asilados y a los refugiados económicos sin modificar una parte de su esencia, salvo que considere intocables los Derechos Fundamentales nacidos de las revoluciones liberales y obreras, de manera que todo inmigrante deba someterse, si eso es posible de conseguir, a ese núcleo duro de la democracia occidental y haya la suficiente claridad de ideas para reaccionar duramente en defensa de esta herencia política que tanta sangre costó a la propia sociedad occidental siglos atrás.

El otro gran bloque occidental, USA, también está recibiendo a sus bárbaros, los latinos, los cuales están extendiendo su lengua y sus costumbres en más de la mitad del país y lo están haciendo con una intensidad exponencial; pero resulta que, con existir una mayor influencia latina en USA y haber sido esta más prolongada en el tiempo, la convivencia con la inmigración, de naturaleza económica y raíz cristiana, puede resultar más fácil de ordenar de la que pudiera recibir Europa, de naturaleza multicultural, tanto de parte de los que llegan como de quienes los reciben que no tienen en común más que sus olvidadas raíces cristianas romanas.

Oía en una radio extranjera, días atrás, a unos sirios civilizados, cultos, universitarios de clase media alta, que explicaban que apoyaban al DAESH (Estado Islámico) frente a Assad y que por miedo a éste habían tenido que exiliarse.

Será imposible resolver este problema si no se interviene en sociedades tan férreamente cohesionadas y antidemocráticas como las islámicas y, esto queda claro, la solución no pasa por derrocar a dictadores para aupar a terroristas, como torpemente ha hecho occidente. Ahora, tras tanto paño caliente y medias tintas, al DAESH solo lo puede frenar la infantería y no parece que que la lejana USA vaya a poner más muertos ni que pase por la cabeza de las potencias árabes, que pudieran pacificar la zona, hacerlo. Ni pueden hacerlo los drones precisos y cobardes de tanta eficacia para la eliminación táctica, artera y alevosa de determinados objetivos. La guerra de baja intensidad es tan incapaz de evitar el terrorismo como la frontera del Rin lo era de contener a los bárbaros y lo serán, de nuevo en la actualidad, los inútiles muros coronados de concertinas, las granadas lacrimógenas o los cañones de agua a presión.

Un importante periodista árabe, llamado Abd-al Rahman al-Rachid, publicó en Asharq al Ausat:

"Es un hecho indudable que no todos los musulmanes son terroristas, pero es tan cierto que todos los terroristas sí que son musulmanes. (...) ¿No nos dice esto nada sobre nosotros, los musulmanes y sobre nuestra sociedad? El Jeque Yusuf al Qaradaui, padre de dos chicas protegidas por la policía inglesa que estudian en la liberal Gran Bretaña, justifica y aprueba el asesinato de civiles norteamericanos en Iraq. Me pregunto cómo puede esperar que le crean cuando afirma en televisión que el islam es una religión de paz, misericordia y tolerancia. Nosotros, los musulmanes, estamos enfermos de una enfermedad muy seria que habría que curar, tras admitir que se padece. No podemos limpiar nuestro nombre si no admitimos que el terrorismo es una indignidad asociada al credo musulmán (...) No podemos  redimir a nuestros jóvenes si no nos enfrentamos a los jeques que para dotarse de identidad e importancia envían a la muerte a los hijos de los demás, mientras envían a sus hijos a estudiar a universidades americanas o europeas."

Desde la mentalidad occidental es imposible resolver esa ecuación: ¿Es mejor un dictador o un terrorista? ¿Es fácil la asimilación cultural de millones de personas provenientes de sociedades profundamente antidemocráticas? ¿Es válida la experiencia francesa con sus colonias árabes o la alemana con los turcos? Admitiendo que es un hecho inevitable ese desplazamiento demográfico aplastante hacia una Europa infértil y vieja ¿Podemos declarar, de manera profundamente cínica, como Chirac, que en una constitución europea no puede declararse la raíz cristiana de Europa porque es igualmente de raíz musulmana? ¿Ser laico es rechazar el cristianismo para ponerlo en igualdad con el islam?